La llamada llegó un domingo. El restaurante de la familia de Maritza Abreu, Puerto Viejo, ese día estaba cerrado, pero su tía vivía enfrente y vio humo que salía del edificio. Los Abreu se dirigieron rápidamente al lugar, pero fue demasiado tarde. El fuego había destrozado su amado negocio, un clásico de la comunidad en Prospect Heights, Brooklyn, con décadas de antigüedad.
“Fue realmente muy difícil porque, durante mucho tiempo, esta había sido la única fuente de ingresos de mis padres”, recuerda Maritza, hija de los propietarios y fundadores de Puerto Viejo, Eduardo y Cristina Abreu. “Al haberlo perdido de manera tan repentina, no estaban preparados para eso”.
Desde que Eduardo abrió las puertas del lugar por primera vez con su antiguo socio comercial, Ernesto Vicioso, en 1986, Puerto Viejo había funcionado como la cafetería del vecindario.
Sin embargo, resulta ser que las cosas buenas suelen resurgir de las cenizas. Mientras inspeccionaban el daño que había causado el fuego, el hijo de los Abreu, Eduardo Jr., descubrió algo interesante.
“En ese momento estaba en el trabajo, esforzándome por ascender en la empresa”, cuenta Maritza, “cuando mi hermano me llamó y me dijo: ‘Necesito que vengas y veas esto’”.
Allí, debajo del polvo y los escombros, estaban los techos, las paredes y las vigas originales del edificio (detalles arquitectónicos hermosos e históricos escondidos durante mucho tiempo debajo de durlock barato que había instalado un arrendatario anterior y había destruido el fuego).
“Fue increíble“, dice Maritza, “como si hubiera aparecido un espacio completamente nuevo frente a nosotros”.
Convencer a sus padres de embarcarse en una remodelación completa para restaurar el esplendor del espacio original no fue una tarea sencilla, pero Maritza y Eduardo Jr. estaban convencidos de que era lo que el restaurante necesitaba para sobrevivir en Prospect Heights, que ya era un vecindario en rápido aburguesamiento para 2011, el año del incendio. Desde que Eduardo abrió las puertas del lugar por primera vez con su antiguo socio comercial, Ernesto Vicioso, en 1986, Puerto Viejo había funcionado como la cafetería del vecindario. Sin servicio de mesas, sin lujos, solo comida casera dominicana buena y honesta, preparada en lotes y servida de una mesa de vapor a los mecánicos y taxistas locales, que confiaban en la oferta especial de almuerzo de $3.75 para pasar largos días en los que ganaban poco dinero.
Eduardo había emigrado a Nueva York desde un pequeño pueblo en República Dominicana allá por la década del 1970 y sabía lo que era trabajar por el sueldo mínimo hablando apenas unas palabras en inglés. En su lugar de origen, era docente, pero pasó los primeros años en los EE. UU. en la parte de atrás de cocinas de restaurantes sin ventanas antes de aprender a hablar inglés, luego se abrió camino hasta formar parte del personal de atención al cliente y, finalmente, ahorró el dinero suficiente para abrir Puerto Viejo.
En 2012, Puerto Viejo reabrió sus puertas. En el lugar del mostrador con las placas a vapor, hay una gran barra envolvente en la que se sirve sangría casera y jugos frescos.
“El primer recuerdo que tengo del restaurante es tomarme el tren desde la escuela, bajarme en Clinton-Washington y encontrarme con mi padre en la estación, que luego me llevaba al restaurante”, recuerda Maritza. “Cenaba temprano, bistec encebollado con tostones (ese era mi plato) y luego iba directamente a la rocola. Tenían esta rocola antigua y yo ponía todas mis canciones latinas favoritas, salsas, merengues, baladas y, por supuesto, Marc Anthony (su primer disco). Así me entretenía”.
Pero después del incendio, mientras Maritza y su hermano estaban entre las ruinas debatiendo qué hacer, tuvieron que reconocer que Prospect Heights atravesaba un gran cambio. En lugar de los depósitos de taxis familiares y talleres mecánicos que habían empleado durante mucho tiempo a su clientela principal, surgía un mundo nuevo de boutiques elegantes y cafeterías cursis, y alquileres que aumentaban rápido. “Maritza, necesito que me ayudes a presentar una propuesta aquí con nuestros padres, dijo” Eduardo Jr. “El vecindario está cambiando. Esta es una oportunidad para seguir en el juego y continuar ofreciendo nuestra comida a las nuevas personas que se mudan a la zona”.
Después de insistir bastante, lo lograron. “Como personas de la próxima generación, vimos el futuro y tuvimos la visión”, afirma Maritza. “Sabíamos que, al final, iba a dar sus frutos”.
Sin embargo, al mismo tiempo, agrega, la transformación nunca podría haber sido posible sin la ayuda de su comunidad original, que prestó dinero y ofreció mano de obra y apoyo moral durante todo el año de renovaciones que siguió. “Recuerdo la semana anterior a que abriéramos; no teníamos fondos y todavía había algunas paredes más que debían pintarse. Nuestros amigos y nuestra comunidad se acercaron, tomaron pinceles y nos ayudaron a pintar”.
Hoy, Puerto Viejo puede verse diferente, pero su espíritu sigue siendo el mismo.
En 2012, Puerto Viejo reabrió sus puertas. En el lugar del mostrador con las placas a vapor, hay una gran barra envolvente en la que se sirve sangría casera y jugos frescos. El sol brilla a través de las ventanas con mucha vegetación durante el servicio de desayuno y almuerzo, y las mesas de madera se acomodan con velas parpadeantes cuando comienza el horario de la cena.
Pero en el menú, todavía continúan los clásicos dominicanos calientes: crujientes y jugosos trozos de pernil, un plato de cerdo cocido a fuego lento; pollo guisado tan tierno que se sale del hueso con tenedor; mucho mofongo (puré de plátanos verdes con ajo) bañado en un intenso caldo con tomate y, por supuesto, la famosa salsa picante de la familia Abreu, una mezcla ahumada y picante de ajo, sal, vinagre y chiles panameños importados directamente de República Dominicana.
A los clientes les gustó tanto esta salsa que, en 2018, Maritza decidió renunciar a su empleo corporativo y dedicarse al negocio familiar a tiempo completo; embotellaba y comercializaba la salsa como Pisqueya. El nombre es una palabra compuesta formada a partir de “picante” y “quisqueya”, el nombre indígena taíno de la isla que incluye República Dominicana y Haití. Desde entonces, Maritza ha desarrollado dos sabores más que acompañan la salsa Smoky Hot Sauce original de la familia: una salsa verde ácida, Medium Buzz Sauce, hecha con jalapeños y habaneros, y una salsa a base de maracuyá, Spicy Sweet Sauce, que aparece en la última temporada de la popular serie de YouTube “Hot Ones”.
A los clientes les gustó tanto esta salsa que, en 2018, Maritza decidió renunciar a su empleo corporativo y dedicarse al negocio familiar a tiempo completo; embotellaba y comercializaba la salsa como Pisqueya.
Hoy, Puerto Viejo puede verse diferente, pero su espíritu sigue siendo el mismo. Casi todos los días, encontrarás a Cristina y Eduardo detrás de la barra, entrando y saliendo de la cocina a toda velocidad, sonriendo y saludando a los clientes a medida que llegan.
“Mi mamá cree que cualquier persona que cruce la puerta debe ser atendida inmediatamente (o sea, inmediatamente”, dice Maritza riendo. “Y tiene un sexto sentido con el que sabe exactamente cuando alguien está a punto de ingresar. Así que siempre que esté en el restaurante, va a estar gritando ‘¡la puerta!’ Y luego viene mi tío gritando ‘¡caliente!’ mientras viene de la cocina con una gran olla humeante. Es un establecimiento familiar. Se trata de comodidad, calidez e informalidad. Y cuando estés aquí, será como estar en casa”.
CRÉDITO DE LA FOTO: Paul Quitoriano